Corazón gigante (Fúsi, Dagur Kàri, 2015) recuerda mucho al cine independiente, a historias reales y cercanas que son contadas de forma sencilla pero magistralmente, y que nos enseñan lo dura que puede llegar a ser la vida y lo malas que pueden llegar a ser muchas personas. Una de las maravillas del cine independiente es la forma que tiene de llegar al espectador, quizás debido a esa sencillez que tan pronto nos captura y nos hace sentir lo que la película relata. Y eso es lo que ocurre con Corazón gigante. La historia de este adulto que vive una vida solitaria y rutinaria debido a su trabajo y a la convivencia que mantiene con su madre y el amante de esta; que de alguna forma le han atrapado en un círculo vicioso del que no parece poder salir hasta que dos mujeres aparecen en su vida: una niña que con su inocencia le hará replantearse su situación, y una mujer que le ayudará a dar un paso adelante en su vida.

La historia de Fúsi retrata la propia guerra que él vive cada día y no sólo con las figuras que tiene en casa y con las que recrea la batalla que conmemora el primer triunfo de los aliados frente a los nazis en la II Guerra Mundial, sino principalmente su lucha diaria en un mundo tan diabólico e inhumano que no sabe convivir y respetar a gente que no es igual que la mayoría de la población, y que encima la vida castiga a base de golpes. Corazón gigante es un regalo que todos deberíamos ver para poder así contagiarnos de la ternura y comprensión que desprende su protagonista; porque aunque el mundo no está preparado para gente como Fúsi, se necesitan muchos Fúsis para arreglar este desmadre de planeta que estamos creando. Y es que cuando terminas de ver Corazón gigante te das cuenta cómo el título no hace referencia a lo verdaderamente gigante que es el corazón del protagonista.

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