El Olivo (Icíar Bollaín, 2016) comienza situándonos en tres localizaciones muy distintas entre sí que nos darán una idea de lo que está por venir: por un lado, el campo rebosante de árboles, tierra y silencio; por otro lado, una granja donde se crían miles de pollos, los cuales hacen que sus criadores necesiten taparse la nariz cuando los alimentan; y por último, un bar repleto de humanos y bullicio. Así comienza la última película de la directora Icíar Bollaín relatando la historia de una familia rota en la que el amor de una nieta por su abuelo hará que la adolescente decida recorrer Europa en busca del olivo que arrebataron a su abuelo años atrás, para así conseguir volver a unir a su familia y sobre todo, para recuperar a su abuelo, quien se ha ido apagando con los años debido a una egoísta decisión familiar.

El filme nos relata una historia sencilla cargada de sentimientos que nos recuerda la importancia del cariño familiar y el problema de las decisiones egoístas que a veces nublan esas relaciones y afectan al vínculo parental. El Olivo se centra principalmente en la historia de afecto entre un abuelo y su nieta que hará que los recuerdos de la joven le ayuden a luchar por recuperar a su abuelo. El egoísmo que a veces distingue al ser humano se critica en la película, mostrando las prioridades de unos hijos que no ven más allá de sus necesidades. Este largometraje es un drama que nos hará soltar más de una lágrima gracias al cariño y la fuerza de una nieta que hará todo por su abuelo, pero también logrará sacarnos más de una sonrisa gracias al personaje interpretado por Javier Gutiérrez.

«Ese árbol es mi vida y vosotros queréis quitarme mi vida»