Lo que más admiro de La teoría del todo (The Theory of Everything, James Marsh, 2014) es que teniendo una historia verdaderamente trágica, no haya recaído en esa tragedia para hacer la película principalmente melodramática y ha suavizado esos toques de dramatismo sin abusar de esa circunstancia. Es indudable el mérito del actor Eddie Redmayne haciéndonos creer durante toda la película que estábamos viendo al mismísimo Steven Hawking en todas sus etapas de la vida: sus inicios en la universidad, el comienzo de su enfermedad, la primera presentación de su trabajo, la relación tan estrecha que mantuvo con su primera mujer y el transcurso de su vida con el desarrollo de su enfermedad y la evolución hasta día de hoy de su trabajo. Sin embargo, cabe destacar que esta interpretación no hubiese sido la misma sin la ayuda de su compañera de reparto, Felicity Jones. Una actriz que ya había demostrado su valía en cintas como el largometraje Como locos (Like Crazy, Drake Doremus, 2011) y cuyas miradas en secuencias sin diálogos dicen más que si realmente hubiese palabras entre ellos.

Al ser un personaje que sigue siendo relevante en la actualidad por sus conocimientos en física y cosmología, la historia de Hawking nos suena de antemano y aunque la película nos hace ponernos en el punto de vista del protagonista, no nos sorprende tanto lo que vemos. Sin embargo, gracias a la cinta conocemos en profundidad la difícil vida de la actual ex-mujer de Stephen Hawking. Vemos cómo su relación comienza siendo una historia de amor peculiar e interesante y cómo con el transcurso de los años y el desarrollo de su difícil enfermedad, termina convirtiéndose en una relación basada en el cariño y el respeto —o al menos eso nos dan a entender, quizás en parte por estar basada en el libro que la propia Jane Hawking escribió—. La buena estructuración del guión que sabe quedarse con momentos cumbres tanto personales como profesionales de la vida de Hawking y las magníficas interpretaciones de su reparto son las claves de esta cinta.