Para aquellos que lean su trama o vean el tráiler de Adú (Salvador Calvo, 2020) seguramente notarán cierto parecido con el filme de Iñárritu, Babel (2006). En Adú se narran tres historias localizadas en Camerún y Melilla principalmente y que parecen estar destinadas a encontrarse en algún punto de su desarrollo. Por un lado, unos niños cameruneses presencian el asesinato a un elefante y verán cambiar sus vidas desde ese momento. Por otro lado, un activista medioambiental español que se encuentra en Camerún intentando evitar el tráfico de marfil y al que le visita su hija procedente de Madrid. Y por último, tres guardia civiles que deben vigilar la valla de Melilla e impedir la entrada de inmigrantes en el país.

La dureza de las historias entre las que destaca principalmente la de los hermanos Alika y Adú es todavía más trágica cuando nos damos cuenta de que es una mirada a las vidas de muchos niños y no tan niños que deben abandonar sus países buscando una vida decente que sus pueblos son incapaces de ofrecerles. En el camino, también conoceremos a otro joven que intenta salir de una vida trágica. Massar pronto se convierte en otro de los grandes protagonistas de esta película.

La pregunta que nos hacemos constantemente durante el visionado es por qué la cinta se llama Adú y no ‘Alika, Adú y Massar’. Desde luego y como bien indica su título, las otras dos historias se vuelven insignificantes y es el relato de Alika y Adú al que se le ha dado mayor importancia en el largometraje y el que más atrapa al espectador. Las historias de Luis Tosar y Anna Castillo las de Álvaro Cervantes, Miquel Fernández y Jesús Carroza parecen estar escritas para suavizar y asimilar la tragedia que acompaña el largo camino de los niños. Sin embargo, estas dos historias secundarias que quieren ser protagonistas de esta cinta son más planas, no están bien definidas e introducidas en el filme y quedan muy por debajo de la historia de estos hermanos.