Los más nostálgicos tienen la oportunidad de revivir una de las míticas películas Disney de todos los tiempos. El remake de Aladdin lleva la señal de un Guy Ritchie al que parece que le reconocemos en algunas de las míticas persecuciones al ladronzuelo Aladdin, pero cuya semejanza con la historia original hace que se desvanezcan sus señas de identidad. En cualquier caso, tanto los más mayores como los más pequeños saben que el espectáculo está asegurado con una historia que trae drama, momentos cómicos —en su mayoría aportados por el genio o el mono Abú—, y números musicales con canciones que todos conocemos y que apoyados de su excesiva y excéntrica puesta en escena son pletóricos al verse en pantalla grande.

Tras los remakes de La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, Bill Condon, 2017)—leer reseña pinchando aquí— o El Libro de la Selva (The Jungle Book, Jon Favreau, 2016)—leer reseña pinchando aquí— en los que las historias respetaban a sus predecesoras y no cambiaban el desarrollo y las sorpresas que ya conocíamos de sus originales, sorprende positivamente las pinceladas que se han realizado en Aladdin y que son más consecuentes con la época que vivimos y los cambios que vamos experimentando. Una buena idea porque todos los clásicos Disney siguen empeñados en continuar la estela de seguir contando historias machistas, idealizadas y desactualizadas que no se corresponden con el cambio de valores que las sociedades llevan experimentando desde hace años.

A pesar de que a Disney le queda mucho por mejorar, Aladdin es una opción interesante, amena y llena de ritmo y colores en los que se muestra el despilfarro de efectos especiales utilizados para hacer renacer un clásico que se centra en los números musicales y sus míticas canciones para entusiasmar a los espectadores mientras cambia algunos puntos de su historia original para contentar a todos los públicos.