En el mundo del ballet, Rudolf Nureyev es una de las figuras más reconocidas del siglo XX. Nacido en la Unión Soviética en 1938, la personalidad tan carismática del bailarín así como los sucesos que le ocurrieron durante su carrera profesional han sido los temas de referencia que el actor y director Ralph Fiennes ha decidido destacar en su tercera película como director, El bailarín (The White Crow, 2018).

Un recorrido por su infancia, el aprendizaje que tuvo hasta la adolescencia y las semanas que el bailarín vivió en París hasta el momento en que decidió eludir a sus guardaespaldas del KGB y pidió asilo en Francia son los sucesos que más se detallan en este largometraje. El bailarín nos permite conocer la egocéntrica personalidad del joven y su mal comportamiento hacia aquellos que le rodeaban y que le llevaba a ser siempre el centro de atención.

Arte y danza se unen en una historia basada en hechos reales con la que es difícil empatizar y en la que Fiennes parece querer que el espectador conozca de cerca los hechos que vivió el apodado ‘Lord of the Dance’, para comprender así que Nureyev mostraba una imagen madura y egoísta cuando realmente era una persona llena de soledad a la que le costaba relacionarse con la gente. El bailarín es un largometraje denso que empieza a coger ritmo en su última parte y que no sabe atraer al espectador a pesar de contar la historia de uno de los mejores bailarines del siglo XX.