Se necesita más cine como el de El imperio de la luz (Empire of Light, Sam Mendes, 2022). Ese cine que nos hace valorar las pequeñas cosas que tenemos alrededor y que a su vez, funciona de espejo para que nos demos cuenta de la incomprensibilidad del ser humano y nuestra propia evolución. De cómo algo que damos por hecho porque tenemos cada día, puede desaparecer al día siguiente. Aquí se habla de la vida de un cine pero también de personas, de sus historias y de cómo deciden vivirlas. De las oportunidades que llegan pero también del abuso que algunas personas tienen sobre otras, de la violencia inexplicable de otros seres humanos y de esa convivencia entre todos. Un largometraje repleto de reflexiones que posee una fotografía excepcional y que es desde luego, buen cine.

Sus primeros acordes musicales con el piano sonando y las imágenes en forma de fotografía de un cine cerrado nos llevan a prestar atención a esos pequeños detalles que podemos encontrar en un cine. Esta magnífica secuencia nos recuerda rápidamente a la excepcional Camino a la perdición (Road to Perdition, Sam Mendes, 2002) del mismo director. La importancia de la banda sonora en las películas de Sam Mendes y que en esta concretamente corre a cargo de los compositores Trent Reznor y Atticus Ross —que muchos recordarán por la sensacional banda sonora de la película La Red Social (The Social Network, David Fincher, 2010)—, es capaz de producir sentimientos en el espectador que solo con imágenes no hubieran sido posibles. Canciones de Bob Dylan y Yusuf/Cat Stevens dejarán también secuencias inolvidables de la propia cinta que se ayuda de sus letras para terminar de trasladar el mensaje junto a las interpretaciones del reparto.

La luz no solo funciona para que todo el cine se ponga en marcha sino que a su vez se utiliza aquí para producir cierta intimidad en las secuencias, dejándonos momentos que quedarán grabados para siempre en una fotografía que esta cinta nos deja para el recuerdo, como la de dos compañeros de trabajo en el ático del cine viendo los fuegos artificiales en la última noche del año. Con espacio para la crítica a una sociedad racista y nacionalista pero también con un llamamiento al amor y la amistad, El imperio de la luz se convierte en toda una reivindicación hacia el cine y a su vez es una muestra de amor a este, que se realiza describiendo con nostalgia un fascinante lugar que sin embargo, cada día que pasa, parece que entre todos estamos consiguiendo que termine desapareciendo.