Inmersión (Submergence, Wim Wenders, 2017) es el ejemplo más reciente de que la mezcla entre el cine bélico —o en este caso, el terrorismo— junto al romance sigue siendo una de las combinaciones favoritas del cine estadounidense para narrar una tragedia cotidiana que los mismos seres humanos ocasionamos y con la que constantemente intentamos justificar —sin motivos razonables— un sufrimiento constante, que el cine suele relatar haciendo distinción entre los dos bandos que pretenden hacernos creer que hay. De esta forma, Inmersión nos presenta la vida de una biomatemática y un ingeniero hidráulico que se conocen en una localidad francesa de ensueño en la que la historia de amor que se crea entre ellos no puede estar mejor enmarcada, y el horror del terrorismo es el peor contratiempo para destrozar ese amor.

Inmersión comienza introduciéndonos en las vidas de ambos personajes y pronto relata el sufrimiento de él a manos de unos yihadistas que lo torturan y lo mantienen secuestrado en Kenia. Más adelante, conoceremos el proyecto profesional de ella, que también la lleva a lo más profundo pero en su caso, a lo más profundo del océano. Sus solitarias personalidades, sus interesantes carreras profesionales y un paisaje rodeado de naturaleza hace que el romance sea de película. Alicia Vikander y James McAvoy son los actores que dan vida a la pareja protagonista y son probablemente lo mejor de toda la cinta. Esta pareja de actores sabe estar a la altura de un guión no tan satisfactorio como su actuación, que tiene una segunda parte tremendamente aburrida pero que sobrevive gracias a la química de sus personajes y a unas interpretaciones que superan un largometraje que como muchos otros, nos cuenta un relato bélico que prioriza la historia de amor principal para así reflejar un sentimiento patriótico cuya moraleja principal sigue queriendo enfrentar al ser humano y pretende definir a buenos frente a malos.