Con una clase virtual en la que vemos las cámaras abiertas que muestran las imágenes de los alumnos en línea y a un profesor explicando una clase pero con la pantalla apagada hasta que la cámara va lentamente centrándose en él y una imagen totalmente negra se muestra en la pantalla, así comienza La ballena (The Whale, Darren Aronofsky, 2022), adentrándonos en la oscuridad del ser humano protagonista al que estamos a punto de conocer. La expresividad que muestra su actor principal Brendan Fraser, —quien además de engordar 30 kilos para el papel, tuvo que someterse a largas sesiones de maquillaje para cubrir los 130 kilos de prótesis de su cuerpo y que pareciera que estábamos ante una persona con obesidad severa—, su mirada y gestos así como los representados también por el breve reparto que le acompaña, son las que desprenden humanidad y dan sentido a la película.

Con técnicas como el zoom o los planos medios que centran nuestra mirada en el protagonista sin dejar de exponer la mirada del otro hacia el personaje principal y el juicio que se hace a este, La ballena se estructura en días de la semana que son los que pasaremos dentro del apartamento de Charlie y los pocos visitantes que acuden allí pero que de igual forma, nos llevan a empatizar rápidamente con su protagonista, a mirarle de diferentes formas conforme se desarrolla el metraje y sobre todo, a llegar a entenderle. La incomodidad con la que al principio podemos mirarle cambia cuando recorremos ese viaje junto a él sin movernos de su apartamento que nos descubre a un ser humano lleno de compasión, arrepentimiento y tristeza.

Con una historia padre-hija protagonista pero en la que caben momentos de amistad y familia así como otros para la reflexión relacionados con la religión o la salud privada, La ballena utiliza la historia de Moby Dick para asemejar su relato al del capitán Ahab y su obsesiva lucha por matar a la ballena. La interpretación de Brendan Fraser es excepcional pero de la misma manera que son imprescindibles las actuaciones de las actrices Sadie Sink y Hong Chau para el conjunto de la historia y su entendimiento. Aronofsky vuelve a presentarnos una película con un protagonista muy característico y ciertamente desgarrador que seguramente como los personajes de Ellen Burstyn en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000) o Mickey Rourke en El luchador (The Fighter, 2008), será difícil que olvidemos.