Nos adentramos en una iglesia y concretamente, en una sala situada en la parte baja de la congregación en la que se llega a escuchar el sonido de quienes ensayan en el coro. La importancia de todo lo que conforma esa sala preocupa a quienes la preparan y cada objeto que ahí se coloca o está en la habitación es relevante. Y así comienza Mass (2021), la ópera prima del actor Fran Kranz en la dirección que presenta un magistral largometraje en el que invita al espectador a ser partícipe de la reunión de cuatro personas que mediante el diálogo plantea diversos debates dignos de ser vistos y reflexionados tras un ejercicio de empatía que cada uno debe hacer.

Los nervios e incomodidad de sus participantes puede sentirlo el espectador que aunque no se encuentre en esa sala repleta de luz solar, nos lleva a situarnos en esa quedada forzada en cierta manera pero también necesaria por otra parte. Los cuatro protagonistas son interpretados por Martha Plimpton, Ann Dowd, Jason Isaacs y Reed Birney, cuatro actores que tienen la difícil tarea de convencer en papeles dramáticos complicados, cuyas interpretaciones son indispensables para la credibilidad de sus personajes y el mensaje que cada uno de ellos envía al espectador. Y es que en esta historia no hay buenos ni malos, simplemente seres humanos con distintas formas de ser que se enfrentan a las situaciones que les plantea la vida de distinta manera.

Aunque envuelta en un halo religioso que puede condicionar su mensaje e interpretación personal, Mass plantea un interesante debate y se desenvuelve en unos diálogos acertados que no dejan de plantear cuestiones al espectador de unas historias personales complicadas de tratar. Con unas excepcionales interpretaciones del reparto al completo entre las que resaltan especialmente las de las actrices con dos papeles protagonistas en los que bordan sus actuaciones que se mueven dentro de un arcoíris de sentimientos y que hacen que Ann Dowd y Martha Plimpton reluzcan de manera pletórica, Mass es un maravilloso melodrama que sabe sostenerse sin caer en el sentimentalismo desmesurado y que es notable gracias a unas soberbias actuaciones, su guión y la forma de contar el relato que sitúa a la palabra en el centro de la mesa y la convierte en sanadora.