Ojos Negros es el pueblo de Teruel en el que el certificado de nacimiento indica que nació mi madre, aunque ella realmente nació en Sierra Menera, una zona montañosa con casas que está a pocos kilómetros de Ojos Negros y que, al no tener ayuntamiento, mis abuelos tuvieron que ir allí a inscribir a mi madre. Cual es mi sorpresa conocer que cuatro directores narran una historia de cine en este pequeño pueblo turolense llamando a la película Ojos Negros (2019), y contando la historia de una adolescente que va a pasar unos días de verano junto a su abuela y su tía a esta zona rural. La amistad que nace entre ella y otra joven que conoce allí, así como la vida en el pueblo y en familia le llevarán a crecer y madurar un poco más rápido durante esas semanas de verano.
Con un ritmo bastante pausado y un sonido mejorable por los contrastes que hay en los pocos diálogos que tiene la película, Ojos Negros retrata el paso de la adolescencia a la vida adulta cuando no solo las hormonas se encienden a todo motor, sino que también empezamos a descubrir los problemas y complicaciones de la vida adulta. Este pequeño pueblo que pertenece a lo que llaman la España vaciada sirve de ejemplo para narrar unos días de verano como los de muchos jóvenes que disfrutan de los contrastes del rural durante las vacaciones. El relato incide en la familia y la amistad, obviando esta nueva modernidad que vivimos con teléfonos móviles y demás tecnología que nos acompañan y que ya se ven cada día más en los pueblos, y aquí se sigue recordando con cierta nostalgia el aburrimiento, la cercanía con la naturaleza y con la gente, y ese escenario de casa de pueblo y calles que cada vez son más un tesoro que no siempre valoramos como merece.
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