Una quinta portuguesa (2025) es la segunda película dirigida por Avelina Prat tras la maravillosa Vasil (2022). En esta historia, la soledad vuelve a ser un tema que, de nuevo, observamos en su personaje protagonista. Nos recuerda que en la vida estamos solos, aunque nos rodeemos de personas que nos hacen pensar lo contrario muchas veces. Sin embargo, si encontramos las personas adecuadas, esa soledad se llevará mucho mejor.
“El mundo es demasiado grande, demasiado complejo y demasiado caótico, y cuando lo dibujas, todo se ordena”. Con esas palabras explica este profesor de universidad a sus alumnos una de sus clases, sin saber que en pocas horas él mismo va a ver como su vida se desmorona por completo.
“Un lugar tranquilo, de otra época que es para olvidarse del mundo” es lo que llevará a un hombre perdido a cambiar su identidad, y regresar de alguna manera a los orígenes del ser humano con una profesión más manual y costosa, pero que le proporciona una vida rodeado de naturaleza y tranquilidad.
Un refugio lejos del ruido del mundo
Simplemente observando las vidas de sus pocos personajes es como nos adentramos en una historia que se construye poco a poco y cuya lentitud acompaña al relato. Este hombre pasará de regar unas pocas plantas en la terraza de su piso en la ciudad a mudarse a una quinta en otro país, en la que se ocupará de cuidar de todas las plantas que rodean a esa preciosa casa.
Lo de Una quinta portuguesa es todo belleza. Desde su manera de contar las vidas de sus personajes, hasta la forma en la que nos enseña tanto la historia como los lugares del camino, y que, en su conjunto, terminan creando unos personajes corrientes que son muy humanos. Avelina Prat vuelve así a deleitarnos con el encanto y la lindeza de lo ordinario.
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