Con la sensación de que en la saga X-Men nunca se sabe qué vamos a encontrar en cada nueva entrega, llega a la gran pantalla X-Men: Fénix Oscura (X-Men: Dark Phoenix, Simon Kinberg, 2019), la película número diez de esta saga cinematográfica. En este caso, el director Simon Kinberg quiere adaptarse a los nuevos tiempos dando prioridad al personaje femenino de Jean Grey, una mujer que siempre ha tenido una relevancia especial en las películas pero nunca había sido protagonista principal de una de ellas.
Haciendo que los efectos especiales sean predominantes en un filme cuya historia principal se basa en los mismos temas que elige el cine de superhéroes para dirigir el rumbo de su relato, X-Men: Fénix Oscura parece querer hacer vibrar al espectador con sus secuencias de acción, olvidándose de cuidar la historia que narra. Una inestable e infantil Jean Grey es el centro de atención de un relato pobre al que da vida una aceptable Sophie Turner.
La saga de los X-Men que llegó en el año 2000 como una forma de entretenimiento y fue manteniéndose e incluso mejorando con entregas como X-Men: La Decisión Final (Brett Ratner, 2006), X-Men: Primera Generación (Matthew Vaughn, 2011) y X-Men: Días del Futuro Pasado (Bryan Singer, 2014), sorprende que haya llegado hasta una décima secuela que repite la misma fórmula de otras entregas y que la hace ser innecesaria y redundante, aunque muchos nos conformemos con volver a ver a este grupo de mutantes que se unen y desunen queriendo demostrar que todos ellos son familia.
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