La primera secuencia de La boda de Rosa (Icíar Bollaín, 2020) es premonitoria de lo que vamos a ver en este largometraje. La película comienza con una mujer que está corriendo en una carrera y tiene a toda su gente dándole unos ánimos que más parecen presiones para que llegue a la final. Cuando ella llega a la meta y se encuentra con todos ellos esperándola, decide no parar y no deja de correr hasta que llega a la playa y allí se derrumba. Esta es la pesadilla con la que se despierta la protagonista de la última película de Icíar Bollaín. Una pesadilla que es también un reflejo de su realidad diaria y cuya historia nos lleva a los espectadores a ser testigos de cómo toda su familia se apoya en ella para vivir sus cómodas vidas sin darse cuenta de que ella también debe vivir su vida como quiera.

La originalidad y a su vez particularidad de la historia principal es la que necesita de sus actores para que resulte creíble y sorprenda al espectador. Y esta cinta lo consigue. De la mano de Candela Peña que como siempre, aporta realidad y entusiasmo a su personaje y con unos secundarios interpretados por Paula Usero, Nathalie Poza, Ramón Barea y Sergi López en los papeles de hija, hermanos y padre respectivamente, destacan esos momentos padre-hija pero sobre todo, los momentos madre-hija que Peña y Usero interpretan maravillosamente. Una historia con un fondo agobiante y trágico que se convierte aquí en una tragicomedia con unos personajes muy definidos que a la vez resultan bastante cercanos, y entre todos construyen el mensaje final tan necesario siempre pero sobre todo, en los tiempos que vivimos.

Es curioso lo fácil que se aprecia el egoísmo, irresponsabilidad o mentiras de otros cuando vemos una película o cuando observamos a la gente que nos rodea en nuestro propio círculo y sin embargo, lo difícil que nos resulta mirarnos al espejo a nosotros mismos pero no para apreciar nuestro físico, sino para cuestionar las acciones que hacemos o las palabras que decimos en nuestro día a día a nuestros familiares, amigos o compañeros de vida. Esta película de Icíar Bollaín nos manda un mensaje a los propios espectadores para que reflexionemos sobre nosotros mismos, las vidas que tenemos y la importancia de cuidarnos a nosotros primero para después tratar de la misma forma a los que nos rodean.