Aunque en ocasiones pueda parecer que un documental es más fácil de realizar que un largometraje, viendo El Pepe, una vida suprema (Emir Kusturica, 2018) podemos comprender la importancia de un buen director tras la cámara para que no solamente sea necesario un personaje o tema interesante como motor del documental sino que su realización lo convierta en un reportaje sugerente.
El Pepe, una vida suprema tiene un protagonista de interés como es el ex-presidente de Uruguay, José Mujica. El humilde activista político que llegó a la presidencia de un país sin cambiar sus valores y manteniendo su austera vida ha sorprendido siempre por una forma de ser que difiere mucho de la mayoría de políticos que gobiernan en el mundo. Por ello, el mero hecho de que el protagonista de esta crónica sea Mujica, lo hace más atractivo para muchos. Sin embargo, su realización no es lo deseable que podría haber sido.
Queriendo dar momentos para la reflexión en las confesiones de Mujica, el director Emir Kusturica deja secuencias en las que incluso él mismo se convierte en el centro de atención, queriendo imitar a sus propios espectadores escuchando al político y saltando entre los temas que narra su entrevistado sin orden y armonía. Detalles que podrían haberse cuidado para conseguir un mejor documental pero que gracias al aliciente de su protagonista, no impiden que se interrumpa el visionado por el interés de escuchar las confesiones como activista político del entrevistado sobre sus casi quince años en prisión, sus años en la política o algunos de los momentos más destacados de su vida personal.
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