Pan de limón con semillas de amapola (Benito Zambrano, 2001) es la adaptación fílmica de la novela de Cristina Campos que narra la historia de dos hermanas que llevan separadas desde la adolescencia hasta que una mujer desconocida les deja en herencia una panadería en Mallorca. Las hermanas llevan vidas muy distintas, mientras que una de ellas es ginecóloga y trabaja para una ONG fuera de España, la otra no ha salido de la isla y vive con un marido al que ya no quiere. El filme recuerda mucho a la película Chocolat (Lasse Hallström, 2001) con ese pequeño pueblo con encanto y la pastelería en la que se hacían los postres. Ese escenario de ensueño esconde el duro trabajo del panadero o repostero como sucede en esta película, y en el que los madrugones diarios sin festivos con los que descansar y los calores que en verano se pasa en el oficio se obvian para contar una especie de cuento familiar que indaga en el drama, y que ofrece diversas moralejas en sus historias, entre las que se encuentra el Carpe Diem o el solo se vive una vez.

Elia Galera y Eva Martín son las dos actrices protagonistas a las que respaldan un elenco de mujeres que crean dos historias de novela que hacen que el drama y la tragedia que viven sus vidas en gran medida, quede relegado a toda una puesta en escena y escenario que gana el terreno a la historia en sí. Los valores de la familia y la maternidad se ven especialmente acentuados aquí, en una película que se deja ver y que pretende que calen bien los mensajes que quiere trasladarnos. La idealización de una profesión dura que como sucedía con la película de Juliette Binoche y Johnny Depp, o como ocurre con la reciente serie The Bear —leer reseña pinchando aquí—, muestran una realidad que puede confundir al espectador. Pan de limón con semillas de amapola es una cinta que se adentra de lleno en el melodrama y que seguramente consiga que se nos caiga más de una lágrima, pese a todo lo perfecto que en gran medida son las historias y lo bien que encauzan los problemas sus propias protagonistas.