Cuando se cumplen 100 años de los juegos olímpicos de París 1924 y cuando están teniendo lugar actualmente los juegos olímpicos también en París en este 2024, recordamos la película Carros de fuego (Chariots of Fire, 1981) que fue el debut en la dirección en un largometraje del director Hugh Hudson, que le supuso ganar numerosos premios, y que narraba la historia de dos jugadores olímpicos de ese año, Eric Lidell y Harold Abrahams. Aunque el filme comienza brevemente en una iglesia en la que se celebra un funeral en el año 1978, pronto nos sitúa en el año 1919 en Reino Unido, en un momento de posguerra en el país, con una generación más mayor recordando y rememorando la heroicidad de los hombres ingleses que murieron en la guerra, y con las generaciones más jóvenes mirando para adelante y soñando con nuevos retos.
En su primera escena ya sentimos una nostalgia hacia el pasado que se traslada a lo largo de la cinta. Los primeros acordes de la mítica canción de Vangelis nos llevan a la famosa secuencia en la que un grupo de jóvenes corren en la playa y la cámara nos los presenta uno a uno con planos de cerca. La banda sonora de Vangelis engrandece los momentos relacionados con el deporte durante toda la cinta, y el guión se centra en los entrenamientos de sobre todo, ambos atletas protagonistas, y remarca las personalidades de los dos, con dos creencias muy opuestas. Por un lado, Abrahams era cristiano mientras que Lidell era judío. El papel que juega la religión en la película es fundamental para entender sus formas de pensar, y es especialmente la oratoria y las palabras de Lidell las que más resaltan por los principios que lleva implícitos el atleta como persona, y que mantiene a pesar de la presión que recibe por parte del monarca inglés, los políticos y los presidentes de la federación.
Por ello, aunque el tema principal del filme gira en torno al deporte; la religión y el poder son también dos cuestiones que se exponen continuamente en ambas historias. El sentimiento patriótico también es palpable con una película inglesa que parece mirar a la historia desde su perspectiva, y con unos ojos que reconocen una parte de lo que sucedió, pero no quieren ver la realidad al completo y de la manera que verdaderamente transcurrió. A pesar de basarse en hechos reales, Carros de fuego parece haber cambiado o descuidado los detalles, con momentos que no son del todo ciertos o situaciones que se han obviado. Pese a todo ello y viéndola desde un punto de vista ficticio como película de cine que es, el filme triunfa gracias a concentrarse en la personalidad de sus dos personajes principales, a su banda sonora y a ese punto nostálgico que nos lleva a recordar los logros del pasado.
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