El cine existe también para hacer reflexionar al espectador. Hay películas que nos ayudan a empatizar y a intentar entender lo que pasa en las cabezas de gente que sabiendo como son de antemano, no les daríamos esa oportunidad y quizás no nos molestaríamos en escuchar. Mantícora (Carlos Vermut, 2022) nos da la oportunidad de conocer, intentar comprender y ver una de las posibles consecuencias a un problema con el que vivimos dentro de la sociedad. Respaldado por un silencio que es casi igual de protagonista que su personaje principal, el filme nos lleva a la vida de un joven que se dedica profesionalmente a moldear criaturas para un videojuego que le encarga la compañía en la que trabaja.

Varios escenarios madrileños como la filmoteca del cine Doré o el museo del Prado y dentro de este, la sala de las pinturas negras con una excelente secuencia del protagonista observando con cierta sorpresa el cuadro de Francisco de Goya en el que Saturno está devorando a su hijo, Mantícora relata la historia de un joven con el que llegamos a empatizar y conseguimos sentir como cercano gracias principalmente a la buena interpretación del actor Nacho Sánchez y al elenco secundario que le acompaña durante la cinta. La película describe una búsqueda desesperada por encontrar el amor y el cariño que falta en la vida de su protagonista y lo hace a través de un relato sencillo que en ciertos momentos se vuelve incómodo y produce un choque de sentimientos en el espectador.

El último largometraje del director Carlos Vermut no deja al espectador que prejuzgue a la persona por lo que es sino que nos regala la ocasión de ver la vida del protagonista primero, de ir conociéndole —aunque nunca del todo—, pero sí ir observando su rutina, la soledad en la que vive, su cercana convivencia con unos monstruos que crea y por los que la sociedad le aplaude, por una sociedad cómplice de llegar a saber cómo es y no actuar en consecuencia, no ofrecerle una ayuda personalizada, no mirar de frente al problema, dejarlo estar y mirar hacia otro lado. El espectador puede sentirse representado por los seres humanos que rodean al protagonista —si es que no somos como el personaje principal, claro está—. Y esa forma de afrontar el problema que describe la película es precisamente la que no funciona correctamente y la que debemos pensar en cambiar. Mantícora es una reflexión necesaria hacia el problema de una sociedad que no quiere mirar a los ojos a una cuestión relevante y que no está ahí para buscar una solución a tiempo.