Una imagen borrosa fija que poco a poco va volviéndose más nítida y la música de un piano que produce cierta melancolía y que empieza siendo una melodía armoniosa para nuestros sentidos pero pronto descubre una fatídica desgracia, así comienza Plan 75 (Chie Hayakawa, 2022), un original filme que nos lleva hasta Japón para ser testigos del negocio de una empresa aprobada por el gobierno japonés para que los mayores de 75 años se acojan a un plan que pone fin a sus vidas. Tras el incremento de discursos de odio dirigidos a la población más mayor que vive el país, este proyecto de ley pretende acabar con uno de los principales problemas del país asiático, los seres humanos de mayor edad.

A través de tres historias: la de una mujer de 78 años que tras finalizar su contrato de trabajo se ve en una situación complicada, un joven que trabaja para la empresa Plan 75 y acompaña a los ancianos que se inscriben en el programa, y una joven filipina cuya situación desesperada le llevará a conocer esta empresa, tres perspectivas diferentes con las que entender un futuro distópico que tal y como parece dirigirse la sociedad en estos tiempos de deshumanización y falta de empatía, lo consideramos como una opción realista, posible y al mismo tiempo, aterradora. Plan 75 describe con enorme credibilidad y delicadeza la vulnerabilidad del ser humano mientras es devorado por el capitalismo, así como el egoísmo y falta de empatía que podemos tener los seres humanos.

Los silencios y la música, con una composición maravillosa de Rémi Boubal, nos ayudan a contextualizar y a su vez, reflexionar sobre lo que viven estos seres humanos desde sus situaciones. Con saltos entre cada una de las historias continuamente, sus planos van acercándonos a los personajes y las honestas interpretaciones de su reparto consiguen que entendamos sus elecciones aunque no siempre las compartamos. La lentitud del metraje unido a la dureza de las historias que retrata la cinta, llaman al espectador a parar sus frenéticas vidas y desempolvar la empatía que hemos ido perdiendo con el auge de la tecnología y las redes sociales, intentando así que abramos los ojos porque de lo contrario, puede que sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta.